Puedes leer la segunda parte del relato aquí:
Hoy he encontrado una gran caja de cartón en el trastero de mi abuela, Francesca Tucci. El cartón está deteriorado por la humedad y roto en varias secciones. Pero dentro, todavía se conservan decenas de cintas de vídeo. Son todo grabaciones de mi primo mayor, Antonello Tucci.
A Antonello siempre le ha gustado grabar cosas. Grabarlo todo. Siempre obsesionado con documentar su vida, toda su vida. Desde que le regalaron una cámara de video por su doceavo cumpleaños, ha grabado meticulosamente todo lo que lo rodea. Ningún átomo escapaba de su lente, ningún rayo de sol podía retirarse a tiempo. El tejido de la vida quedaba plasmado en la cinta magnética de su cámara, una ristra de momentos atorados químicamente en el tiempo. Una colección de recuerdos que él atesoraba ávidamente.
Esta caja en concreto contiene algunos de los momentos de su temprana adolescencia. Por aquel entonces, Antonello vivía con nuestra abuela Francesca, en un pequeño pueblo italiano de menos de quinientos habitantes llamado Soltano. Sus padres murieron en un accidente de coche cuando él tenía apenas dos años. Mi abuela, viuda, se encargó de criarlo.
Lo que sigue es una recopilación de transcripciones de las cintas de esta caja. Narran las experiencias de mi primo en un intento de revivirlas por mi propia mano y dar el contexto necesario a las imágenes. A pesar de que todos los fotogramas son fascinantes, he seleccionado aquellos que he encontrado particularmente interesantes. Nunca he visitado el pequeño pueblo natal de mis abuelos, pero me alegra poder conservar estas tomas, y más aún que Antonello lograra rescatar algunas del fondo del mar en una ocasión muy singular.
Mi primo ha sido muy paciente conmigo y ha respondido a mis centenares de preguntas para poder explicar los hechos con la mayor exactitud posible. Espero hacerle justicia a los acontecimientos y al mágico lugar dónde transcurre esta historia.
Este relato da comienzo a finales de agosto de 1986 - Antonello tiene trece años y un forastero está a punto de llegar a Soltano.
Verano
Son las 14:18h. Unas temblorosas imágenes revelan un paisaje rocoso y lleno de olivos que se hunde en un mar refulgente. Los fotogramas nos desvelan Mare Grande - la playa de Soltano.
Soltano es un diminuto y aislado pueblo en la región noroccidental de Liguria en Italia, a solo unos pocos kilómetros de la frontera con el sur de Francia. Algunos lo llaman el sexto pueblo invisible de Cinque Terre. Pues aunque se halla muy cerca de dicha región, Soltano se encuentra en una diminuta isla y se pierde entre la popularidad de los otros cinco pueblos costeros. Pocas personas conocen de su existencia y solo unos pocos turistas perdidos en el mar dan a veces con él por pura casualidad.
Enfocamos al horizonte. Es un día soleado, tan solo un puñado de nubes pálidas viaja por el cielo azul. Un barco de casco verde oscuro flota a lo lejos - pertenece a Tommaso Scarabosio, el único pescador de Soltano.
Bajamos la cámara. Las olas recorren la imagen sin prisa y atracan suavemente en la orilla. Una hilera de cangrejos rosados pasea por la arena húmeda. Hacemos zoom en el agua cristalina y un pequeño banco de peces plateados cruza la escena nadando.
El reflejo de mi primo sosteniendo la cámara tiembla como la luna en el agua. Es un chico flacucho y alto para su edad. En este momento lleva un bañador naranja y el torso desnudo.
Antonello hace un barrido a nuestro alrededor y observamos unas prominentes rocas amontonadas que se hunden gradualmente en el agua turquesa. El espigón fallido separa la playa de Mare Grande de la cala de Mare Piccolo a nuestra derecha.
El calor se respira a través de los píxeles, como si estos fueran diminutas ventanas a otra realidad. Una digestión de arena, sal y sol. Un sosiego tenuemente perturbado por el frío de los helados y la amplitud de los bostezos.
La cámara se gira dando la espalda al mar y contemplamos el barrio principal de Soltano, Maggiore. Está formado por un conjunto de edificios coloridos construidos en una pronunciada ladera que desciende hasta la playa. Juntos, parece que formen una gigantesca escalera de varios peldaños. Una colección de casas apiñadas que compiten por el espacio entre ellas, tanto vertical como horizontalmente. La vista del pueblo tiene una invisible pero palpable textura, como una postal pintada con lápices de colores baratos.
Rotamos hacia la izquierda y nos topamos con un gran arco de piedra caliza. Se alza sobre el mar de Liguria formando un puente natural. Ponte Bianco es un cruce que une el barrio de Maggiore con Ridotto, el barrio pequeño de Soltano.
Las gaviotas hacen acto de presencia en el micrófono y a unos pocos cientos de metros del cabo se vislumbra un islote enmarcado por el Ponte Bianco. Un edificio de tres plantas reposa en su superficie, apenas lo suficientemente grande para albergarlo.
La lente hace zoom y podemos ver que la arquitectura es muy austera; un prisma de cemento pintado de rosa salmón gastado con un tejado plano. Tiene un aire soviético. Sus ventanas sin marcos están hundidas en unos gruesos muros. Un frondoso jardín rodea el edificio lleno de altos setos que hacen difícil ver su interior. Es conocido como Il Rifugio y, en su momento, fue un búnker durante la segunda guerra mundial que nunca se llegó a usar. Hace muchos años, el edificio se rehabilitó para convertirse en la guardería y escuela de Soltano.
La imagen vuelve a la arena de la playa y se agranda para enmarcar a dos personas jugando a ping-pong. Una mujer muy alta de pelo negro rizado y un hombre calvo muy bajito. Se trata de Isabella y Pietro Bellini - una pareja de profesores que trabaja en el jardín infantil de Il Rifugio, ahora cerrado por vacaciones. Son tan aficionados al ping-pong que se llevan la mesa a la playa. Ambos llevan viseras deportivas de un plástico transparente, ella naranja y él morado. Una libreta descansa semienterrada en la arena junto a un bolígrafo con las últimas puntuaciones de los partidos de este verano; parece que Isabella va ganando, aunque por poco.
Al fondo, unos niños cruzan el cuadro al saltar al agua desde un saliente en la parte baja de los acantilados. El sonido de sus chapuzones al romper la superficie azul nos llega amortiguado - como un gramófono sonando en la habitación contigua. Maurizio Tedesco, el alcalde, les grita a los jóvenes que tengan cuidado mientras se frota las manos con nerviosismo.
Cerca suyo, un grupo de niños y niñas excitados compra unos helados de un pequeño carrito de madera blanco donde Katerina Vanoni, la heladera, sirve con destreza las bolas de colores.
En el flanco izquierdo de Mare Grande se distingue un antiguo barco de pesca amarrado al pie de los acantilados. Su casco es rojo y su cubierta tiene el suelo de madera y las paredes pintadas de blanco con una gruesa línea verde que las divide en dos. Este pontón recibe el nombre de Il Peschereccio del Pesto, un restaurante donde solo cocinan trenette al pesto, la salsa típica de la región de Liguria. Sus dos chefs y propietarias son las siamesas Lina y Gina Pipistrelli.
En este momento, la nave está rebosante de actividad y sonidos de cubiertos. Casi podemos notar cómo transpira, a través de la imagen, un intenso olor a albahaca fresca y piñones que se pasea a sus anchas por la playa.
La cámara se aleja y hace un paneo hacia la izquierda. Observamos a una chica tomando el sol encima de una toalla amarilla con un traje de baño de una pieza también amarillo. Su esbelto cuerpo descansa relajado, con los pies medio hundidos en la arena, los codos apoyados en la toalla y los hombros distendidos. Un pelotón de gotas saladas decora su piel, sobreviviendo a duras penas al reluciente sol veraniego.
La chica se llama Elettra y cursa el último año de Il Refugio. Tiene tres años más que Antonello y aparece con sospechosa frecuencia en estas grabaciones. Desprende un aire anticuado - en el mejor de los sentidos. Una cara delgada de facciones clásicas. Ese tipo de rostro griego que encajaría perfectamente en una fiesta parisina en los años veinte organizada por Jean Cocteau. Ese tipo de faz que te golpea, como un inesperado buen vino añejo. Un mentón de forma afilada, como una flecha directa a tu corazón. Ojos verdes enmarcados por un eyeliner negro con ala al estilo Cleopatra. Piel pálida y suave como la porcelana. Nariz delgada, pelo rubio ondulado y algo tostado cortado a la altura de los hombros que se mece como un columpio empujado por la brisa marina.
El momento llena pausadamente la lente, como si fuera una copa de Limoncello. Parece que se haya capturado el verano en esa toalla amarilla.
Al fondo de la postal, se distingue una estructura peculiar. Hacemos zoom para ganar detalle y vemos un gran arco de piedra que se alza solitario en el agua. Presenta una arcada central flanqueada por dos más pequeñas que se apoyan en unas rocas que apenas sobresalen del mar. Llamado La Soglia (’el umbral’ en italiano), es lo más cercano que tiene Soltano a una entrada al pueblo.
Los habitantes dicen que el arco es un vestigio del Imperio Romano. Sin embargo, en realidad perteneció a un decorado de una fallida película alemana de los años veinte. Viendo el grandioso arco, uno podría pensar que el fracaso del proyecto vino de dejarse el presupuesto en él. Pues no se trata de tan solo un falso decorado, el arco está hecho de piedra real con esculturas talladas a mano que representan una fauna marina de ojos desorbitados en varios estratos. Mide casi ocho metros de altura con un grueso que supera los tres metros y un ancho de unos seis. Unas golondrinas, asentadas en el techo de la estructura, vigilan desde hace años la entrada al pueblo.
A pesar de que el origen real del arco es ampliamente conocido, la leyenda romana ya pertenece al acervo popular de Soltano. Y aunque también es cierto que los romanos usaban los arcos como una forma de celebrar victorias o conquistas, estos no dejan de ser portales - te llevan de un sitio a otro; son, en esencia, un espacio de transición. Y uno no puede negar a los habitantes de Soltano que entrar en su pueblo es, en efecto, entrar en otro mundo. Soltano es un lugar verdaderamente especial, tanto para los locales como para sus visitantes. Un pueblo único, literalmente.
Una antigua ley escrita hace cientos de años dicta que, en la medida de lo razonable, en Soltano sólo puede haber una cosa de cada. Esto significa tan solo un supermercado, solo un café, solo un restaurante, un solo hotel, un solo cine, una sola panadería. Y el pueblo sigue está norma a rajatabla.
A mediados de los setenta, incluso plantaron centenares de pinos en la arena y trajeron rocas del monte, cuando el alcalde Maurizio Tedesco se dio cuenta de que tenían dos playas. Tan solo dejaron una pequeña zona de arena para que se la considerara una cala y no una playa. Ahora Soltano alberga una sola playa (Mare Grande) y una sola cala (Mare Piccolo). Hasta las fachadas de las casas tratan de pintarse con colores diferentes y no hay ningún habitante con el mismo nombre. La gente de Soltano está muy orgullosa de su unicidad - quizás a veces un poco demasiado.
La imagen se recrea en la inmensidad del arco en la intemperie mientras el romper de las olas nos llega intermitente y somos transportados a un lugar atemporal. No obstante, el sonido de un motor perfora la toma y rompe el mágico hielo que retenía al tiempo, que huye, malhumorado, por haber sido atrapado.
Apuntamos inmediatamente hacia el cielo, buscando la fuente del intenso ruido.
Después de unas sacudidas, conseguimos enfocar a un hidroavión de color rojo intenso que se acerca surcando el aire. Toda la gente de la playa se gira de golpe y para aquello que estuviera haciendo. Incluso los comensales y camareros del restaurante se giran al unísono. Solo se escucha la pelota de ping-pong al rebotar, como el tic-tac de un reloj.
Es el avión de Giovanni Rosso, un viejo piloto retirado que vuela por placer y a veces ayuda a traer comida y otros recursos al pueblo. Pero esta vez, hay alguien que vuela con él en el asiento trasero. Van demasiado rápido y están muy lejos para que la cámara logre enfocar el rostro del desconocido. Sólo distinguimos, brevemente, unas pequeñas gafas de sol negras de marco redondo y una calva que brilla bajo el sol.
Sus dos flotadores finalmente tocan el agua y el vehículo se desliza por el mar, pasando por debajo del arco romano, como si fuera realmente un portal y, solo cruzándolo, pudiera entrar al pueblo.
Una vez en el agua, el avión va perdiendo rápidamente inercia. Su rumbo cambia levemente y vira hacia Ponte Bianco, desapareciendo entre las rocas de los acantilados. A nuestro alrededor se escuchan múltiples cuchicheos llenos de curiosidad.
Nos empezamos a mover. Sin embargo, suena un pitido y la imagen se distorsiona. Escuchamos a mi primo mayor maldecir antes de que el negro invada el paisaje.
El Forastero
La negrura se enciende y se escucha un clic. Por suerte, Antonello siempre lleva unas pilas de recambio. Enseguida nos da la bienvenida una secuencia de imágenes borrosas. Nuestro portador corre por la arena esquivando y saltando entre cuerpos salados, neveras portátiles y toallas de todos los tamaños.
Seguimos trotando durante unos minutos mientras recorremos el camino de parches de hormigón que remonta la pendiente hacia al barrio de Maggiore. Atravesamos las caóticas calles a trompicones y huimos de las trampas sociales, cimentadas en los saludos de los vecinos, usando la falta de modales como nuestra única arma. Después de una sucesión de fachadas de colores, ramas de romero, gritos de enfado y trazos de lavanda, cruzamos a toda velocidad el Ponte Bianco y entramos en el barrio de Ridotto.
Paramos repentinamente para tomar aire, la lente mirando nuestros pies sucios y descalzos sobre los adoquines.
Arrancamos de nuevo. Atravesamos la plazoleta del Angolino del Limone y nos dirigimos al borde de los acantilados. Bajamos unos peldaños tallados en la roca que descienden hasta una abertura cerca del agua, todavía enfocando a nuestros pies. Nos adentramos en la roca y aparecemos en un lugar oscuro.
Apenas se dibujan unas formas en la oscuridad que nos rodea. Poco a poco, la lente se acostumbra a la luz y empezamos a distinguir nuestros alrededores. Nos encontramos en La Gola dell'Oceano, una gruta marina situada justo debajo del barrio de Ridotto. Atraviesa la roca de lado a lado, con dos aberturas: se puede entrar por un extremo y salir por el otro.
Nos movemos silenciosamente. Recorremos un pequeño muelle de madera y bordeamos el agua hasta situarnos en el lado opuesto por donde hemos llegado, escondidos detrás de una columna de roca. El agua del mar entra ya calmada entre las paredes húmedas y pasan unos segundos sin que suceda nada. Observamos expectantes a través de un agujero en la columna, y subimos y bajamos al ritmo de la respiración de Antonello. Se escuchan goteras multiplicadas por sus ecos, el rumor del mar suena muy mitigado.
Finalmente, un suave rugido es seguido del hidroavión de Giovanni. El vehículo rojo recorre el último tramo de agua y se para suavemente al lado del pequeño muelle de madera. El piloto desembarca con soltura y ayuda al misterioso acompañante a descender con dos voluminosas maletas.
Vemos la silueta del forastero, apenas iluminada por la luz exterior y los reflejos caústicos que tiemblan por las porosas paredes de la caverna. El hombre es alto y de gigantescas proporciones - una figura descomunal. Sostiene un grueso puro en su mano izquierda y su extremo incandescente le ilumina unos brazos peludos.
La imagen se sacude y podemos sentir la mezcla de curiosidad y miedo de las manos que nos sujetan. Con un movimiento brusco, el recién llegado se gira y nos mira. Sus ojos invisibles taladran las tinieblas y nos escondemos instintivamente detrás de la columna hasta que oímos como el avión se aleja. Segundos más tarde, la cámara vuelve a mirar a través del agujero. Sin embargo, el forastero ya no está allí.
El Pleno
Son las 10:11h del día siguiente.
- Silencio por favor.
La voz del alcalde Maurizio Tedesco resuena por la gran estancia amplificada por un micrófono. Nos encontramos en la sala de plenos del ayuntamiento. Como cada domingo por la mañana, la gente se reúne para votar en materia de asuntos públicos.
Se trata de una sala polivalente que se utiliza para todo tipo de eventos: desde conciertos y competiciones de baile hasta proyecciones de cine, partidos de fútbol y exhibiciones de arte. Hace décadas, fue un antiguo teatro, y todavía se conservan las mismas butacas de terciopelo y los altos palcos adornados con barandas doradas.
Hoy la sala está abarrotada; algunas personas están sentadas sobre sillas plegables de playa que han traído específicamente para la ocasión, mientras que otras se sientan directamente en el suelo. Los palcos también están a rebosar, y los niños y niñas se acomodan en el regazo de sus padres.
Hoy se decide algo importante.
La cámara hace zoom hacia unas filas más adelante y encuadra a un lirio amarillo que adorna a un pelo rubio ondulado y algo tostado. La cabeza se gira y los ojos verdes de Elettra pestañean en la imagen.
Avergonzados, giramos rápidamente a nuestra izquierda y nos recibe el perfil moreno de Francesca Tucci, la abuela de Antonello y la mía. Amplios caminos de canas nacen alrededor de su frente y le recorren su pelo negro en dirección a un tenso moño que los atrapa con fuerza. Cuando se percata de que la observamos, sonríe y nos indica con un gesto de cabeza que miremos hacia delante. Parece que el alcalde está intentando, una vez más, ganarse la atención de su gente.
En frente de nosotros, un mar de cabezas nos tapa el estrado; no tenemos mucha altura y la cámara busca desesperada un ángulo de visión entre dos cabezas. Finalmente, lo hallamos entre las dos grandes testas de las siamesas Pipistrelli.
El alcalde es un hombre alto y pálido, con el pelo encerado y recogido en una corta coleta. Pese a su estatura, su aspecto sigue siendo desgarbado, como si fuera un niño en un cuerpo demasiado grande. En este momento tiene la cara roja de tanto alzar la voz.
- ¡¡¡He dicho silencioooo!!! - repite Maurizio.
Los ojos azules del alcalde recorren la sala con intensidad, como retando a alguien a hablar de nuevo; pero en el fondo de ellos su alma suplica piedad. No tiene fuerzas para seguir gritando. Sin embargo, las voces se detienen de golpe - no por miedo a la represalia, sino por pena.
Pasan un par de segundos en silencio, como si el alcalde quisiera poner a prueba al público. Viendo que todo está bajo control de nuevo, Maurizio da un suspiro y coge con torpeza el micrófono.
- Gracias - dice secándose el sudor acumulado en los valles de su frente.
Toma otro largo respiro y sigue:
- Hoy estamos aquí reunidos para tratar un asunto de alta importancia para nuestro pueblo. Ayer por la tarde llegó el señor… - Hace una pausa, dudando, y mira a su izquierda.
- Florent Fleurant - dice una voz grave con acento francés a su lado.
La cámara se mueve con avidez intentando captar alguna imagen del forastero en el escenario. Pero sólo alcanzamos a ver unas botas de cuero de caña alta con cordones color ocre. Somos demasiado pequeños para ver nada más.
- Eso es, gracias - continúa el alcalde -. El señor Florent me hizo una propuesta.
Maurizio hace una pausa y se frota las manos, como si creyera que la fricción pudiera generar una chispa de inspiración en su cabeza. Pero nunca ha sido demasiado bueno con las palabras, así que simplemente dice:
- El señor Florent quiere abrir una perfumería.
Pausa.
- Aquí, en Soltano.
La gente empieza a intercambiar comentarios por doquier.
- ¡Silencio!
- Por favor… - súplica cansado el alcalde.
Maurizio continua entre las voces con esfuerzo.
- Como todo sabéis, nuestras leyes prohíben que haya más de un solo negocio en este pueblo. Y yo abandero esa norma. Y aunque respeto enormemente a nuestra perfumería local L’Essenza y su querido dueño Ennio Ambra, hemos tenido que consultar las leyes sobre cómo proceder ante tal propuesta. Hace tantos años que esta cuestión no aparece, que ha sido necesario consultar los antiguos registros de Soltano, los cuales datan de hace cientos de años.
La sala vibra con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
- Así que… que… después de muchas horas y, siguiendo con precisión lo que dicen nuestras leyes… Ehem… Debemos ofrecerle al señor Florent una oportunidad para abrir su perfumería, pero solo puede haber una. Eso está claro.
La gente comienza a hablar de nuevo por toda la sala.
- ¡Silencio! Así son las cosas en Soltano, Florent ha hecho su propuesta y se tiene que valorar. Las leyes son las leyes, sólo puede haber una perfumería y vamos a someter la decisión a votación popular. No hay más que hablar - espeta tajante Maurizio.
El alcalde continúa hablando:
- Según dictan dichas leyes… La persona que quiera abrir un negocio deberá ser sometida a tres entrevistas con tres habitantes de Soltano y una vez hechas todos votaremos el veintiuno de septiembre, el último día de verano a las doce del mediodía… El señor Fleurant se hospedará en el hostal Il Comignolo hasta entonces y vosotros podréis aclarar vuestras dudas con él antes de la decisión final. Querría agradecer públicamente a la señora Gobbi. Ella se encargará de llevar la agenda de entrevistas - el alcalde sonríe a alguien en primera fila.
La noticia causa un gran revuelo en la sala, como si de pronto se hubiese transformado en un gallinero descontrolado.
- El hostal está vacío la mayoría del año, no es que la señora Gobbi tenga mucho trabajo de todas maneras… - masculla alguien a nuestra derecha a través de las demás voces. Es Paolo Lombardo, el barrendero.
La cámara lo enfoca y vemos a un hombre moreno entre el humo de su cigarrillo a punto de extinguirse. Es de complexión pequeña, tiene una gran cabeza calva y unos diminutos ojos color azabache. Paolo Lombardo es conocido por ser alguien que no se calla nunca las cosas. Él dice que piensa en voz alta, y que a quién le moleste, que se joda y baile.
Normalmente, nadie le discute nada porque es perder el tiempo. Pero sus cejas se arquean en el plano y giramos la cámara hacia Francesca que lo mira con seriedad y se pone el dedo índice en los labios.
- ¿Y quién decide quién puede participar en las entrevistas? - pregunta con voz aguda Gina Pipistrelli, mientras sus voluminosos rizos pelirrojos se bambolean en el aire. La cabeza de Lina asiente a su lado y el público empieza a hablar otra vez.
- Mmmm… - Maurizio duda y se vuelve a frotar las manos nervioso.
La señora Gobbi, una mujer bajita de pelo teñido de un negro brillante y un cardigan verde oscuro, sube despacio al estrado. A sus ochentiocho años ya anda algo encorvada y el alcalde se ve obligado a ayudarla con una mano y a agacharse para ponerse a su altura. Ella le susurra algo en el oído, Maurizio asiente y se irgue de nuevo.
- Parece que no hay nada escrito sobre eso. Así que lo haremos por sorteo hoy mismo - explica el alcalde, inquieto, en tanto que la señora Gobbi se sienta en una silla a su derecha y se pone a hacer punto con una lana naranja, como si no confiara en la memoria del alcalde.
Más murmullos. Todo el mundo parece estar extremadamente interesado en conocer a Florent Fleurant.
- Como si todas las opiniones valieran lo mismo… - escupe Paolo después de dar una calada. Se apaga el cigarrillo en un parche de cuero cosido en el pecho de su camisa blanca y se guarda la colilla en una cajita de metal plateada.
Paolo puede ser muy cínico con las palabras pero es siempre cívico. Aunque no por convicción. Siendo el único barrendero del pueblo, toda la mierda la limpia él, ya sea suya o ajena.
- Para hacerlo más justo, hemos decidido que todas las entrevistas serán grabadas y puestas a disposición pública. Para que todo el mundo pueda sacar sus conclusiones, participe o no en estas - continua Maurizio.
- Fantástico - farfulla el barrendero con su inconfundible insolencia fatalista.
- ¡¿Y Ennio?! ¿No deberíamos esperar a qué vuelva de vacaciones? ¡Es injusto que no tenga nada que decir en el asunto, al fin y al cabo, es su negocio el que está en juego! - increpa consternado el profesor Pietro desde unas filas más atrás.
La gente protesta en señal de aprobación.
- Comprendo vuestras preocupaciones… Pero eso es lo que dice la ley y somos un pueblo único y orgulloso por ceñirnos a ella. Ennio… Bueno, ya se lo encontrará resuelto cuando vuelva de Córcega. Si pierde la perfumería entonces… Ya abrirá otro negocio de algo, su madre era joyera y no tenemos ningúna joyería en Soltano… - comenta el alcalde.
Pero no lo dice con mucha convicción, pues es ampliamente conocido que, para Ennio, la perfumería es su vida; antes se jubilaría que hacer otra cosa.
- Pasando a otros temas, necesitamos a alguien que grabe para que todo el mundo pueda ver las entrevistas y poder votar con toda la información necesaria a su disposición. Pero… No tenemos recursos públicos en Soltano para eso… - añade Maurizio.
Silencio.
De repente, todos se giran y centenares de ojos aparecen en nuestra visión rectangular. Nadie más tiene una cámara en el pueblo. Nos levantamos y, por primera vez, vemos el estrado al completo.
El alcalde de pie, sus ojos suplicantes a la vez que se frota las manos. A su derecha, la señora Gobbi nos mira sin ver. Y a su izquierda Florent. Sigue sentado. En esta ocasión, la cámara lo capta al completo.
Es enorme. Su cuerpo está embutido en una camiseta de tirantes de algodón blanca enmurallada por un cinturon negro que se sostiene por unos tirantes también negros. Pese al calor, lleva puestos unos pantalones largos de lino marrón oscuro, planchados y metidos por dentro de sus altas botas de cuero.
El forastero es calvo con una mandíbula cuadrada que enmarca una cara de piel oscura y una áspera barba de al menos tres días. Aunque se encuentra debajo de un foco, su rostro está ensombrecido por unas tupidas cejas negras que se funden con unas gafas de sol de lentes redondas. Es imposible saber si está mirando a la cámara. Tampoco podemos ver su boca, que se esconde debajo de la sombra de un denso bigote recortado en una perfecta línea sobre sus labios.
Sus gruesos dedos se acercan un puro a la boca y exhala un humo oscuro que se escampa por la estancia. Apenas respira. No se mueve en absoluto. Solo espera. Como un acantilado frente a las olas del mar. Su rigidez colosal asusta. Como si, al contenerse, dejara que nuestra imaginación rellenara los huecos con terribles posibilidades. Tiene la postura de un hombre que no tiene nada que perder. No se puede luchar contra eso. Y parece que él lo sabe.
El fotograma tiembla.
Nosotros temblamos.
Y el oscuro humo sigue llenando la sala.
Más ojos de los que podemos contar nos interrogan.
- Yo… - balbucea Antonello con un hilo de voz.
Francesca nos sonríe y nos aprieta la muñeca con cariño. Los ojos verdes de Elettra nos miran con curiosidad. Las lentes negras de Florent nos devuelven el reflejo, impasibles. Paolo sonríe; es difícil saber si lo hace por diversión o por burla.
La imagen se estabiliza.
¡Yo lo haré! - exclama Antonello.
La gente aplaude y el alcalde nos sonríe con el rostro aliviado.
- Bien… Maravilloso, gracias… esto… - comienza el alcalde.
La señora Gobbi hace ademán de levantarse de nuevo con dificultad.
- ¡Antonello Tucci! - grita nuestro portador antes de que la pobre anciana se alce.
- Eso es, gracias… esto… Antonello. Podemos continuar ahora con el sorteo para las entrevistas. Nina, si es tan amable, por favor.
El alcalde se hace a un lado y ajusta la altura del micrófono. La señora Gobbi se saca unas gafas de montura roja del bolsillo interior de su cardigan junto a un pequeño bol de madera lleno de trozos de papel doblados.
Florent no dice nada ni se mueve mientras todos se sientan de nuevo. Paolo suelta una carcajada seca y la flor amarilla de Elettra nos mira de nuevo cuando esta nos da la espalda. La cámara desciende y nos sentamos, perdiendo de vista la tarima.
Nina se ajusta las lentes, coge un papelito al azar y lo empieza a desplegar.
- Tommaso… Sca… rabosio…
- Bruno… de Luca y…
El último papel se resiste brevemente a los dedos de la anciana.
- Katerina Vanoni - anuncia finalmente.
Más susurros recorren la sala. El alcalde se acerca al micrófono.
- Eso… Eso es todo. Los elegidos, acercaros a la tarima y acordad una fecha y hora para vuestra entrevista con la señora Gobbi. Los demás, recordad que las entrevistas son privadas y no deben ser interrumpidas, tendréis la oportunidad de ver las grabaciones el día de la votación en esta misma sala. ¡El pleno se ha terminado! - ruge el alcalde mientras se encorva para poder llegar al micrófono.
Un muro de gente se levanta a nuestro alrededor y las conversaciones surcan el aire a grandes velocidades. Esto es lo más excitante que ha pasado en Soltano en décadas.
La imagen se corta y aparecemos en una noche de luna llena. El plano nos muestra una alta chimenea que sobresale entre las casas de Maggiore - apuntando con firmeza hacia el cielo.
Es ancha y robusta, con un exterior de ladrillos a la vista. Su estructura es de forma cuadrada, y una escalera de emergencia oxidada recorre su fachada en espiral, dividida por varios rellanos que conducen a unas puertas de madera de color azul marino. Se pueden ver también pequeños portillos desperdigados por las paredes, como si estos fueran ojos de cristal.
La chimenea pertenecía a una antigua fábrica textil, abandonada hace ya varias décadas. Ahora reformada, se conoce simplemente como el hostal Il Comignolo, el único alojamiento turístico de la ciudad, con tan solo cuatro habitaciones situadas a lo largo de la chimenea. En invierno se puede ver humo saliendo de esta, pues todavía se usa como conducto de ventilación para los hogares de cada habitación.
La ventana del último piso es la única iluminada. En ella se perfila una gruesa silueta que camina de un lado a otro del aposento, con ese paso ansioso que uno adopta cuando está tramando algo.
Puedes leer la segunda parte del relato aquí:
M'ha encantat Víctor. Arribes al conèixer molt bé Soltano. Esperant la 2ª part
Molt bé la idea de la descripció fotogràfica...i realment estàs veient una peli 😀